lunes, 1 de agosto de 2016

"El collar de plata"...otro cuento del blog Eco de hadas, inspirado en una leyenda escocesa.

Una vez más los invito a sumergirse en un cuento, esta vez, inspirado en una leyenda de la mítica y bella Escocia. Espero que lo disfruten.
Saludos.

Karolina Vela 

 

EL COLLAR DE PLATA
La muchacha fue a descansar a la orilla del río. Su día había sido agotador: limpió corrales de gallinas, ordeñó a su única vaca, limpió la casa, hizo la colada, trabajó en la huerta, limpió y alimentó a su vieja yegua y encima remendó calcetines. Sintió alivio al recostarse en la tierra húmeda y suspiró de placer cuando el viento fresco sopló y secó el sudor que le caía por el cuello.
Antes de cerrar los ojos, observó que el cielo se expandía entre las copas de los árboles. Encontró que las nubes tenían formas de aves y que los tenues rayos de sol la acariciaban con dulzura. Pensó que la tarde le sonreía y le hacía guiños para que descansara. Lentamente, entre sonrisas de fatiga, al fin se quedó dormida.
Al cabo de una hora, la despertó el eco de una flauta. Pero no quiso abrir los ojos para ver de dónde provenía porque le resultaba más relajante que el sueño profundo. Abrió los labios y suspiró.
Tuvo la sensación de que la música salía y entraba a voluntad de su cuerpo, primero con notas pausadas y ligeras, pero a medida que la pieza evolucionaba, el ritmo se aceleraba; los compases se volvían más efusivos; las secuencias graves y agudas, agudas y graves marchaban de forma incontrolable…aquella música la sometía y la hacía temblar más allá de los músculos. Esa música era peligrosa, si continuaba podía hacerla estallar, pero no estaba segura si de dolor.
Cuando estuvo a punto de desear que aquel ritmo continuara, éste se detuvo.
-Veo que lo ha disfrutado.
 Sintió una sacudida en el vientre ante lo intempestivo del final. Aún confusa y con los ojos cerrados, trató de adivinar quién le hablaba.
-       ¿No es así? -, dijo insistente la voz.
La muchacha, ya recuperada, abrió los ojos.
-Me refiero a la pieza que toqué para usted. Hace unos días que la compuse.
 Y junto a ella estaba un hombre con el torso desnudo y el agua hasta la cintura.  Entorno los ojos para reconocerlo y no descubrió a nadie conocido de la aldea.
- No lo conozco.
-Sin embargo, su cuerpo sí que parece conocer mi música.
La muchacha no supo si debía abofetearlo. Justo cuando sus mejillas empezaban a hincharse de furia ante la posible ofensa, el hombre le dijo:
-Lo siento. No me malinterprete. Hablo en términos musicales. Es del todo natural que el cuerpo reaccione a la música, y que el suyo haya respondido a la mía, ha sido un honor. Si la música no provoca, entonces no existe. Usted me acaba de afirmar que mi composición tiene vida. Se lo agradezco.
La muchacha frunció el ceño extrañada y por toda respuesta le contestó:
- ¿Quién es usted?
-Señorita…-, dijo el hombre e hizo una pausa demasiado larga que la impacientó.
-Sí, no soy de por aquí, como puede notarlo. No sabría decirle de dónde, he vivido en muchas, muchas partes desde que recuerdo. Pero en cuestiones prácticas, puede decirse que soy de un pueblo del este; a dos meses de camino.
-Muy lejos.
-Sí, pero el viaje resulta bastante agradable. Siempre procuro caminar a la orilla de los ríos. Soy un amante del agua, de la música entre otras cosas…
-Puedo adivinar porqué ama caminar a la orilla del río-, dijo la joven al notar que el hombre le miraba fijamente los tobillos.
El hombre no le contestó, sólo le devolvió una amplia sonrisa.
-Y bien, me parece que usted dijo que compuso esa pieza para mí… ¿me espiaba?
-Sí, perdóneme, su belleza me intimidaba y no sabía cómo acercarme.
La chica bajó la mirada, aparentemente ruborizada y desvió la conversación a otro tema.
- ¿Cuándo llegó a este pueblo?
- Hace dos noches.
- ¿Planea quedarse muchos días?
-Aún no lo sé. Todo depende si a la gente de aquí le gusta mi música tanto como a usted.
-Supongo que se hospeda en el Pez azul.
-No. Tendí un pequeño campamento aquí, en el bosque. No me gusta el ambiente de las tabernas.
- ¿Y ha dormido bien?
-Puede decirse que sí.
La muchacha guardó silencio. Examinó las facciones angulosas y atractivas del hombre, sus ojos obscuros, su cabello castaño, su torso musculoso y el collar de plata que pendía de su cuello…esta última observación la dejó pensativa.
-Por favor, no se sienta obligada a nada. Estoy bien aquí y más si tengo el gusto de ver su rostro.
La muchacha reflexionó. Estaba sola en la granja; su padre llegaría hasta la madrugada. Dar una respuesta afirmativa no era del todo segura. Pero al examinar ventajas y desventajas, juzgó que había más de las primeras que de las segundas. Indudablemente había peligros, mas valía la pena enfrentarlos.
-Si usted se comporta como un caballero, puede quedarse en mi granja.
El muchacho asintió con una sonrisa breve.
-Se lo agradezco.
-Está bien, puede seguirme, es por aquella vereda.
La muchacha se incorporó y se puso en marcha, pero al voltear vio que el hombre continuaba en el río.
-No puedo salir; mientras tocaba para usted, mis pies chocaron con una roca del río y se han herido. No quiero que los vea. ¿Sería tan amable de traerme unas vendas y unos zapatos de tela?, por favor.
-Lo que usted necesite-. Y la muchacha fue a la granja, sonriendo esperanzada. El hecho de que no quisiera mostrarle los pies, reafirmaba su decisión.
 Apenas llegó, buscó apresurada entre los zapatos del padre; al encontrar los adecuados, corrió de regreso y vio que el hombre la esperaba sentado, pero aún con las piernas hundidas en el río.
-Dese vuelta, por favor. Mis pies no son dignos de sus ojos.
-Yo podría curarle las heridas, si me lo permite-, dijo, fingiendo inocencia.
-No es necesario.
La muchacha obedeció.
-Estoy listo. Sólo una cosa más, no marche de prisa; me duele al caminar.
-Así será.
Mientras andaban el camino a la granja, aprovecharon para intercambiar sus respectivos nombres, hablar de las cosechas prósperas, de la gente que habitaba el pueblo y de la familia de la muchacha. Y mientras conversaban, ella miraba a discreción el collar de plata y deseaba que la noche se abriera.
T.C.Steele
Al llegar, el hombre observó que la propiedad estaba en ruinas; a la casa le asomaban varias maderas desvencijadas; los corrales apenas tenían aves y en las caballerizas sólo pernoctaba una triste y flaca yegua.
Él quiso irse.
- ¡Quédese! Nuestra granja es humilde pero cálida. A mi padre le acaban de dar un buen crédito y en unos cuantos meses, la granja volverá a ser próspera.
La miró dudoso. Entonces la chica simuló que se le cayó un pañuelo. Se inclinó a recogerlo y al hacerlo, dejó ver nuevamente sus hermosos tobillos. Al hombre le brillaron los ojos.
- Así sea la más humilde de las moradas, la hospitalidad se agradece.
Y la muchacha lo hospedó lo mejor que pudo: lo proveyó de una cama y sábanas limpias, suficiente agua para lavarse, algo de ropa y una cena caliente.
Al anochecer, simulando cansancio se retiró a dormir.
Lo esperó impaciente por media hora. A punto de maldecir su suerte y pensar que se había equivocado, sintió sobre sus senos una respiración agitada.
-Prometió ser un caballero.
- ¿Está segura?
Entonces ella abrió los brazos y lo recibió en su lecho.
Una vez que las caricias concluyeron, el amante se durmió profundamente, pero no su compañera; aprovechando su inconsciencia, deslizó sus dedos por su cuello y acarició el collar; lo admiró unos segundos y lo desprendió del dueño. Para sustituirlo, ella le colocó la brida de la vieja yegua.
Se escuchó un ruido. La puerta se abrió y apareció el padre. Antes de que pudiera repudiarla, ella gritó:
- ¡Salvé nuestra granja! ¡Cacé al Kelpie!
En efecto, del lecho se incorporó un magnífico corcel blanco de orejas diminutas y de larga y espesa crin castaña.
- ¡Te atreviste! – Exclamó el viejo hombre y abrazó a su hija.
Ese fue el inicio de la ventura para aquella familia. El kelpie trabajó para ellos por una década, y, durante ese tiempo, la granja se convirtió en la más rica de la comarca, no sólo por sus abundantes cosechas, si no por su inigualable ganado equino, el cual era de una fuerza y belleza superior a cualquier otra raza.
Cuando lo dejaron ir-para evitar posibles maldiciones por parte de este ser- el kelpie les permitió quedarse con el collar de plata. Y el collar, la familia lo guardó celosamente por interminables generaciones en una caja de oro.
 


©Eco de Hadas

Todos los textos y traducciones son propiedad de la autora

lunes, 4 de abril de 2016

CUENTO SIN HADAS...¡LA REALIDAD QUE SE DESCUBRE!


LARGOS MESES SIN PUBLICAR, PERO AQUÍ ESTÁ OTRA ENTRADA DE ECO DE HADAS, ESTA VEZ CON UN CUENTO DONDE LA REALIDAD SUPERA LA IMAGINACIÓN DE LA PROTAGONISTA.
Y NO DIGO MÁS.

Karolin Vela



            LA EDAD DE LA DEMOSTRACIÓN

 Previa a la celebración matrimonial con todos los representantes de las familias nobles, tendría lugar una ceremonia privada con los novios y los padres de la novia.
La novia era una princesa llamada Brisia, quien, desde niña, fue prevenida de aquella celebración. Constantemente sus padres le recordaban que llegaría el tiempo de la verdad.
Por largos años no se lo tomó en serio, continuó con sus juegos, con sus bordados, con sus institutrices y escuchando y escribiendo las historias que su nodriza le contaba al anochecer. Pero una tarde, la rutina cambió; sus padres entraron a la alcoba y le comunicaron que iban a casarla.
-La nodriza nos dijo que hace una semana te llegó la demostración. Sabrás que te comprometimos desde que naciste-, dijo la madre.
La princesa bajó la mirada en señal de obediencia.
-¿Con quién?
- Con el joven rey de Bernia. Es uno de los reinos más poderosos y ricos. La alianza es muy deseable. ¿Estás de acuerdos que ha llegado la hora de cumplir con tu deber de princesa?-, dijo el padre.
-Sí. ¿Cuándo será?
-En un mes la ceremonia oficial, pero la otra, la más importante y de la que te hemos alertado desde hace mucho, es pasado mañana en el salón del trono; sé puntual-, sentenció la madre.
Las horas transcurrieron y el día llegó. La princesa caminó hacia el altar donde la esperaban sus padres y su prometido. Ninguno sonreía; tenían un rictus de solemnidad. Una inquietud empezó a invadirla, sus manos se tornaron frías y comenzaron a sudarle; ya no sintió ninguna ansiedad de saber ninguna verdad. Miró al piso para tomar valor, pero se asustó más porque vio que estaba parada sobre una alfombra que tenía bordada una imagen monstruosa…
El reloj lunar apuntó la media noche.
-Ya es hora- dijo el joven rey. Y los padres llevaron los anillos.
-¿Te ofrendas a mí?- dijo el prometido. La princesa movió la cabeza en forma negativa.
-¿Te niegas?- increpó; Brisia no contestó, intentó correr pero el brazo del rey la atrapó y la apretó de la cintura. Contempló a sus padres para buscar auxilio pero ellos le devolvieron una mirada dura.
-Para esto naciste-, regañó entre dientes la madre.
Y Brisia volvió a la actitud sumisa. Dejó de resistirse y escudriñó el rostro del prometido. Tenía los ojos grises, las facciones, afiladas y fuertes, y su cuerpo, bajo aquella túnica púrpura, se adivinaba vigoroso. Tenía suerte, al menos no le habían elegido un rey anciano y decadente, de piel arrugada y dientes podridos. Sí, tenía suerte, al menos la noche de la consumación no sería tan traumática. Su futuro esposo era apuesto, de hecho, a primera vista, le gustaba demasiado. Podía besarlo con gusto. ¿Por qué tuvo miedo?, se preguntó.
La princesa rodeó el cuello del rey y le ofreció sus labios. Cuando sus lenguas se tocaron, ella sintió que la piel del joven se tornaba dura y fría; abrió los ojos y los de él habían cambiado al color amarillo. Intentó zafarse del abrazo pero la fuerza del otro era descomunal. Una lengua bífida la apresaba; una piel escamosa se frotaba con su cuerpo. Abría y cerraba los ojos incrédula de la realidad: besaba al mismo reptil de la imagen en la que estaba parada.
-¿¡Qué es esto!?-, gritó horrorizada a sus padres. Pero al voltear, un terror más profundo se apoderó de su ser, al ver que el padre era igual que el prometido. Volvió a gritar hasta que el novio reptil le tapó la boca. Entonces la hermosa madre se acercó a ella, le acarició el rostro y le dijo:
-Hija mía, he aquí tu origen.

©Eco de Hadas

Todos los textos y traducciones son propiedad de la autora