domingo, 30 de abril de 2017

Sapos y brujas: nueva entrega de Eco de hadas


Истинная любовь - Галерея Gerard: Aquí estamos de nuevo, con otra entrada de Eco de hadas. Esta vez los sapos y las brujas nos invanden. ¿Preparados? Feliz lectura.
Karolina Vela



LA SINCERIDAD
—Dame un beso —dijo el sapo.
Ella frunció el ceño y torció los labios.
—Dame un beso, soy el rey de Samarcanda. Estoy hechizado.
La muchacha dudó, luego pulió su gesto áspero y sonrió. Se hincó y le dio un beso que le supo a fango.
Nada ocurrió. El sapo, triste, añadió:
—No has sido sincera, te ha movido la avaricia.
Ella se enfureció y, de un manotazo, lo aventó.
—¡Quién demonios va amar a un sapo!

EL HAMBRE Y LA MUERTE
La bruja supo que la muerte la acechaba. En el fondo del caldero vio la forma de una cabeza atravesada por manchas obscuras. No tuvo miedo. Siglos atrás había logrado burlarla. Esta vez, apostaba, sería más fácil, porque el tiempo la había vuelto más fuerte (ahora poseía los conjuros más preciados de los nigromantes inmortales). Con una carcajada, pensó: que la muerte venga cuando guste. E iba a continuar carcajeándose si no fuera porque en ese instante su estómago crujió.
Entonces recordó que llevaba varias semanas sin comer, que el último niño que devoró no le llenó lo suficiente pues ese cuerpo había sido más hueso que carne. Tengo hambre y la muerte está cerca, vociferó enojada. Y es que de verdad le producía verdadero hastío buscar en los alrededores a un mocoso regordete; prefería evitarse las molestias y simplemente esperar a que alguno pasara por sus dominios y entonces sí que atraparlo. Pero no podía esperar más, el hambre la golpeaba y debía comer, agarrar fuerzas para enfrentar a la muerte; no quería que la muy maldita se regocijara viéndola hambrienta.
Tomó la escoba y la montó. Salió volando por la ventana. Con su vista de halcón, escudriñó en los límites del oeste. Nada. Siguió buscando por dos horas más. Obtuvo igual resultado. Apretó el puño izquierdo y golpeó al aire. Ni un bocado a la redonda; frunció el ceño. Tendría que consolarse con la carne de algún venado o serpiente. ¡Puaj!, gritó de asco. No había remedio.
Rendida llegó a la cabaña. Colgó la escoba en la puerta. Abrió la alacena donde guardaba las trampas de animales. Sacó una y se dispuso a prepararla. Mientras realizaba esta tarea, le pareció escuchar el rumor del río. No le dio importancia y continuó con el trabajo. El sonido se tornó más fuerte. Arrugó sus horribles y pobladas cejas obscuras, estiró sus orejas puntiagudas y sonrió encantada. No era el río aquel sonido, si no suaves, delicadas, apetitosas risas…de niños.
De inmediato frotó sus manos, tronó los dedos y listo, la cabaña se convirtió en una de dulce, con ventanas de malvavisco, puertas de dulce de leche y paredes de galletas. Se vio al espejo y supo que también debía cambiar su aspecto por uno más atrayente: eliminó sus verrugas; acarició sus dientes podridos, y, otra vez fueron blancos; estiró su nariz, palmeó su cuerpo para obtener una nariz pequeña y una silueta regordeta, como el de una matrona que se dedica a parir y a cuidar niños.
Tengo hambre, escuchó quejarse a uno de ellos.
Calma, calma, espera, rumió la bruja.
Mira esa cabaña hermanita, huele bien. Espera Hansel, primero debemos averiguar. Hansel no obedeció; se lanzó a devorar un pedazo de pared.
¡Mis niños, mis niños, pobrecitos, están hambrientos! Dijo la bruja, abriendo la puerta y ofreciendo una cálida sonrisa.
Ellos levantaron la cabeza. Hansel se sintió salvado; la hermana mayor no, pese a la agradable silueta de la mujer.
Vengan conmigo, entren, entren, tengo dulces aún más exquisitos en mi cocina. La niña movió la cabeza y con inseguridad respondió que no, que no, muchas gracias amable señora, no podemos quedarnos porque nuestro papito nos espera en casa. Pero no van a demorarse mucho tiempo; además yo misma puedo llevarlos de regreso a donde su papito, respondió la bruja con voz melosa. Sí, sí, dijo Hansel agitando las manos. El niño, sin esperar respuesta corrió al interior de la cabaña. La niña respirando hondo, se dejó llevar por la suerte; siguió a su hermanito.
La bruja les sirvió varias bandejas de chocolates, bombones, galletas y budines. Vio que Hansel comía y comía, mas la niña se aguantaba. Come pequeña, come; te pondrás más bonita. No tengo hambre señora, gracias. Al escuchar esta respuesta, a la bruja se le borró la sonrisa.
Pronto Hansel se quedó dormido. La bruja todavía fingiendo, aconsejó: mira pequeña, conviene dejarlo descansar. No señora, es tarde, voy a despertarlo. La niña jaloneó a su hermano; le gritó ¡despierta! ... El niño siguió dormido. Estaba encantado, lo supo.  Tuvo miedo de girar y encontrarse con la mujer que no era exactamente una mujer. Tonto Hansel, tonto Hansel, tonta yo, se decía la niña y la pobre transpiraba gotas de terror que recorrían sus manos, frente y axilas. Quiso estar de una vez muerta cuando una uña puntiaguda rasgó la carne de su espalda. ¡Va a comerme, va a comerme! La bruja se quitó el disfraz. De su garganta brotó un gruñido cavernoso. Adivinas muy bien mi dulce niñita. Si no tuviera tanta hambre te convertiría en mi aprendiz, tienes talento.
La bruja levantó los brazos. La niña corrió alrededor de la mesa. En ese instante el caldero ardió, despidiendo intensas llamaradas
Maldita muerte, aulló, a buenas horas se te ocurre llegar y con el hambre que traigo. Y tomó la actitud de defensa. La muerte pareció no escucharla, sólo continuó siendo fuego, sin recurrir a ningún ataque.
La bruja se impacientó: vamos, vamos, no seas tímida muertecita; ya nos conocemos demasiado.
Del fuego brotó una risa. La bruja no supo explicarla. Se enojó y se acercó al caldero. Otra risa. Decídete de una vez. La bruja le aventó semillas de agua, en vano; las llamas se incrementaron y también las carcajadas.
No vas a poder conmi…fue lo último que expresó. Comprendió muy tarde aquellas risotadas. Incapaz de presagiar el ataque de la muerte, no pudo defenderse cuando la tierna niñita la empujó al fuego, y entonces, sí que sí la muerte la agarró bien fuerte de los brazos para jamás volverla a soltar.

©Eco de Hadas

Todos los textos y traducciones son propiedad de la autora



viernes, 3 de febrero de 2017

Otro minicuento

Ha pasado mucho tiempo desde la última entrada: seis meses; terminó el verano y el otoño; mientras que el invierno nos deja sus últimas notas. Muchas cosas han ocurrido en nuestro entorno, no muy agradables, pero en fin, al menos tenemos a la ficción como consuelo. 
Como siempre, un abrazo y feliz lectura.
Karolina Vela


  INFIDELIDAD


-¡Decapitadla! -ordenó el rey.

-¿Bajo qué cargo, mi señor?
-Traición al rey.
-El pueblo no lo aceptará, mi señor.

-El pueblo aceptará y verá con buenos ojos el castigo a una reina infiel.

El consejero se marchó cabizbajo dispuesto a ejecutar la orden. Cuando el rey se quedó solo, la joven Morgana salió del aposento contiguo y dijo:

-Arturo, no te arrepientas, esto vale más que la vida de Ginebra-, y lo besó.




 



  

lunes, 1 de agosto de 2016

"El collar de plata"...otro cuento del blog Eco de hadas, inspirado en una leyenda escocesa.

Una vez más los invito a sumergirse en un cuento, esta vez, inspirado en una leyenda de la mítica y bella Escocia. Espero que lo disfruten.
Saludos.

Karolina Vela 

 

EL COLLAR DE PLATA
La muchacha fue a descansar a la orilla del río. Su día había sido agotador: limpió corrales de gallinas, ordeñó a su única vaca, limpió la casa, hizo la colada, trabajó en la huerta, limpió y alimentó a su vieja yegua y encima remendó calcetines. Sintió alivio al recostarse en la tierra húmeda y suspiró de placer cuando el viento fresco sopló y secó el sudor que le caía por el cuello.
Antes de cerrar los ojos, observó que el cielo se expandía entre las copas de los árboles. Encontró que las nubes tenían formas de aves y que los tenues rayos de sol la acariciaban con dulzura. Pensó que la tarde le sonreía y le hacía guiños para que descansara. Lentamente, entre sonrisas de fatiga, al fin se quedó dormida.
Al cabo de una hora, la despertó el eco de una flauta. Pero no quiso abrir los ojos para ver de dónde provenía porque le resultaba más relajante que el sueño profundo. Abrió los labios y suspiró.
Tuvo la sensación de que la música salía y entraba a voluntad de su cuerpo, primero con notas pausadas y ligeras, pero a medida que la pieza evolucionaba, el ritmo se aceleraba; los compases se volvían más efusivos; las secuencias graves y agudas, agudas y graves marchaban de forma incontrolable…aquella música la sometía y la hacía temblar más allá de los músculos. Esa música era peligrosa, si continuaba podía hacerla estallar, pero no estaba segura si de dolor.
Cuando estuvo a punto de desear que aquel ritmo continuara, éste se detuvo.
-Veo que lo ha disfrutado.
 Sintió una sacudida en el vientre ante lo intempestivo del final. Aún confusa y con los ojos cerrados, trató de adivinar quién le hablaba.
-       ¿No es así? -, dijo insistente la voz.
La muchacha, ya recuperada, abrió los ojos.
-Me refiero a la pieza que toqué para usted. Hace unos días que la compuse.
 Y junto a ella estaba un hombre con el torso desnudo y el agua hasta la cintura.  Entorno los ojos para reconocerlo y no descubrió a nadie conocido de la aldea.
- No lo conozco.
-Sin embargo, su cuerpo sí que parece conocer mi música.
La muchacha no supo si debía abofetearlo. Justo cuando sus mejillas empezaban a hincharse de furia ante la posible ofensa, el hombre le dijo:
-Lo siento. No me malinterprete. Hablo en términos musicales. Es del todo natural que el cuerpo reaccione a la música, y que el suyo haya respondido a la mía, ha sido un honor. Si la música no provoca, entonces no existe. Usted me acaba de afirmar que mi composición tiene vida. Se lo agradezco.
La muchacha frunció el ceño extrañada y por toda respuesta le contestó:
- ¿Quién es usted?
-Señorita…-, dijo el hombre e hizo una pausa demasiado larga que la impacientó.
-Sí, no soy de por aquí, como puede notarlo. No sabría decirle de dónde, he vivido en muchas, muchas partes desde que recuerdo. Pero en cuestiones prácticas, puede decirse que soy de un pueblo del este; a dos meses de camino.
-Muy lejos.
-Sí, pero el viaje resulta bastante agradable. Siempre procuro caminar a la orilla de los ríos. Soy un amante del agua, de la música entre otras cosas…
-Puedo adivinar porqué ama caminar a la orilla del río-, dijo la joven al notar que el hombre le miraba fijamente los tobillos.
El hombre no le contestó, sólo le devolvió una amplia sonrisa.
-Y bien, me parece que usted dijo que compuso esa pieza para mí… ¿me espiaba?
-Sí, perdóneme, su belleza me intimidaba y no sabía cómo acercarme.
La chica bajó la mirada, aparentemente ruborizada y desvió la conversación a otro tema.
- ¿Cuándo llegó a este pueblo?
- Hace dos noches.
- ¿Planea quedarse muchos días?
-Aún no lo sé. Todo depende si a la gente de aquí le gusta mi música tanto como a usted.
-Supongo que se hospeda en el Pez azul.
-No. Tendí un pequeño campamento aquí, en el bosque. No me gusta el ambiente de las tabernas.
- ¿Y ha dormido bien?
-Puede decirse que sí.
La muchacha guardó silencio. Examinó las facciones angulosas y atractivas del hombre, sus ojos obscuros, su cabello castaño, su torso musculoso y el collar de plata que pendía de su cuello…esta última observación la dejó pensativa.
-Por favor, no se sienta obligada a nada. Estoy bien aquí y más si tengo el gusto de ver su rostro.
La muchacha reflexionó. Estaba sola en la granja; su padre llegaría hasta la madrugada. Dar una respuesta afirmativa no era del todo segura. Pero al examinar ventajas y desventajas, juzgó que había más de las primeras que de las segundas. Indudablemente había peligros, mas valía la pena enfrentarlos.
-Si usted se comporta como un caballero, puede quedarse en mi granja.
El muchacho asintió con una sonrisa breve.
-Se lo agradezco.
-Está bien, puede seguirme, es por aquella vereda.
La muchacha se incorporó y se puso en marcha, pero al voltear vio que el hombre continuaba en el río.
-No puedo salir; mientras tocaba para usted, mis pies chocaron con una roca del río y se han herido. No quiero que los vea. ¿Sería tan amable de traerme unas vendas y unos zapatos de tela?, por favor.
-Lo que usted necesite-. Y la muchacha fue a la granja, sonriendo esperanzada. El hecho de que no quisiera mostrarle los pies, reafirmaba su decisión.
 Apenas llegó, buscó apresurada entre los zapatos del padre; al encontrar los adecuados, corrió de regreso y vio que el hombre la esperaba sentado, pero aún con las piernas hundidas en el río.
-Dese vuelta, por favor. Mis pies no son dignos de sus ojos.
-Yo podría curarle las heridas, si me lo permite-, dijo, fingiendo inocencia.
-No es necesario.
La muchacha obedeció.
-Estoy listo. Sólo una cosa más, no marche de prisa; me duele al caminar.
-Así será.
Mientras andaban el camino a la granja, aprovecharon para intercambiar sus respectivos nombres, hablar de las cosechas prósperas, de la gente que habitaba el pueblo y de la familia de la muchacha. Y mientras conversaban, ella miraba a discreción el collar de plata y deseaba que la noche se abriera.
T.C.Steele
Al llegar, el hombre observó que la propiedad estaba en ruinas; a la casa le asomaban varias maderas desvencijadas; los corrales apenas tenían aves y en las caballerizas sólo pernoctaba una triste y flaca yegua.
Él quiso irse.
- ¡Quédese! Nuestra granja es humilde pero cálida. A mi padre le acaban de dar un buen crédito y en unos cuantos meses, la granja volverá a ser próspera.
La miró dudoso. Entonces la chica simuló que se le cayó un pañuelo. Se inclinó a recogerlo y al hacerlo, dejó ver nuevamente sus hermosos tobillos. Al hombre le brillaron los ojos.
- Así sea la más humilde de las moradas, la hospitalidad se agradece.
Y la muchacha lo hospedó lo mejor que pudo: lo proveyó de una cama y sábanas limpias, suficiente agua para lavarse, algo de ropa y una cena caliente.
Al anochecer, simulando cansancio se retiró a dormir.
Lo esperó impaciente por media hora. A punto de maldecir su suerte y pensar que se había equivocado, sintió sobre sus senos una respiración agitada.
-Prometió ser un caballero.
- ¿Está segura?
Entonces ella abrió los brazos y lo recibió en su lecho.
Una vez que las caricias concluyeron, el amante se durmió profundamente, pero no su compañera; aprovechando su inconsciencia, deslizó sus dedos por su cuello y acarició el collar; lo admiró unos segundos y lo desprendió del dueño. Para sustituirlo, ella le colocó la brida de la vieja yegua.
Se escuchó un ruido. La puerta se abrió y apareció el padre. Antes de que pudiera repudiarla, ella gritó:
- ¡Salvé nuestra granja! ¡Cacé al Kelpie!
En efecto, del lecho se incorporó un magnífico corcel blanco de orejas diminutas y de larga y espesa crin castaña.
- ¡Te atreviste! – Exclamó el viejo hombre y abrazó a su hija.
Ese fue el inicio de la ventura para aquella familia. El kelpie trabajó para ellos por una década, y, durante ese tiempo, la granja se convirtió en la más rica de la comarca, no sólo por sus abundantes cosechas, si no por su inigualable ganado equino, el cual era de una fuerza y belleza superior a cualquier otra raza.
Cuando lo dejaron ir-para evitar posibles maldiciones por parte de este ser- el kelpie les permitió quedarse con el collar de plata. Y el collar, la familia lo guardó celosamente por interminables generaciones en una caja de oro.
 


©Eco de Hadas

Todos los textos y traducciones son propiedad de la autora